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Dandole a la Lengua

Su nombre, por favor...





     Me llamo Eleuduvina. ¿Uh? Disculpe, ¿cómo dijo? Somos ingeniosos a la hora de bautizar a nuestros vástagos y a veces, en nuestra sana intención de ser diferentes, caemos en el lugar común de hacer un verdadero arroz con mango con el nombre del crío. Algunos se van a los extremos y crean combinaciones como Crismirelis, Zuainic, Graysmilet o Brismar, mezclando los nombres de los padres o de los abuelos y luego tratando de unirlos de manera armónica y eufónica, con el resultado que ya conocemos. 

     La cuestión es tan patente, que inicialmente los escribanos en las prefecturas y luego las secretarias en los colegios, liceos e institutos de educación superior, sudan tinta ante nombres como estos: Fraidelys (¿Con “i” griega o latina?); Osnelli (¿Con “y” o con “ll”?); Dorivett (¿Con 2 “t” y “b” o “v”?); Edumiris (¿Con “h” o sin ella?); Freddyline (¡Ay, mijo, deletréame eso, porfa!). 

     Las combinaciones de los nombres del abuelo con el de la afortunada madre dan como resultado nombres altisonantes: Annielumar, Zulerkis, Brillida, Dreicys y pare usted de contar. Otros celebran el día y la fecha en que nació su bebé, bautizando al recién llegado como Monday Nine (¡Te lo juro que lo he visto!), o si el padre trabaja en la industria petrolera y en Maracaibo, mejor ni te cuento: Thorkill (una marca de pernos de acero galvanizado), Leidol (¡Me huele a medicamento!), y si sigo, la lista se haría interminable. El punto es que, al parecer, los nombres tradicionales ya no tienen ninguna relevancia, pero nos queda el alivio de saber que nadie se pelará al escribirlos.


Autor: M. Sc. Jesús Navas Bruzual
Lingüista & Traductor
 IUTIRLA Extensión Cumaná

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