Rafael,
y si pregunta por Fucho, cualquiera
le dice dónde vivo. Eso es parte insoslayable de nuestra lengua: los
“sobrenombres”, como le decían los eruditos en mis tiempos mozos. Estos
acortativos de nuestros nombres son comunes en cualquier lengua del mundo,
incluyendo el ruso. Si te llamas Francisco, te cuelgan el “Pancho”. Si tienes dos nombres como María Fernanda, te llamarán Marifé, o si eres Fernanda, simplemente Nanda.
A las bautizadas como Mercedes,
siempre las llamamos Mecha o Merche. Ni hablar de aquellas llamadas
Consuelo. Serás Cote para el resto de
tus días. A Rodolfo lo llamamos “Rodo”,
a Juan Carlos, “Juanco”, a José
Gregorio le decimos Cheo y a Oscar “Cheché”. En Norteamérica, eso es el pan
nuestro de cada día. Si eres Robert, te dicen “Bob”; si eres Peter, te dicen
“Pete”, si eres Jennifer, te llaman “Jen”,
y si eres famosa como Jennifer López, pues serás “JLo”, ni modo. Hasta las ciudades pagan el pato: Johannesburg es
ahora Joburg.
En Italia, si eres Alessandro,
te convertirás en Sandro o Sandrino para el resto de tus días y en Rusia
la costumbre es inveterada. Si eres Vladimir, te llaman “Vlado”; si eres Iván, te rebautizan como “Vania” (medio raro, ¿no?). En Cumaná, a Jesús le llaman “Chuchú”, “Chucho”, “Chúo” o “Chuíto” (¿Vieron? ¡Hasta yo caí!) Y si
tienes algún rasgo físico resaltante, te fregaste. ¡Ah!, ¿ese? ¡Ese es el Negro García Barreto, él te cura eso! O
algo como esto: ¡Ah, tú buscas al Mocho
Noya, el dermatólogo! (ambos famosos por su práctica médica). A aquellos
aludidos y que se vean retratados aquí, les recuerdo que cualquier parecido con
la realidad, es mera coincidencia.
Autor: M. Sc. Jesús Navas Bruzual
Lingüista & Traductor
IUTIRLA Extensión Cumaná
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