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Dandole a la Lengua

¡Muy vernáculo!



     En medio de los tiempos difíciles que enfrentamos, escuchamos una infinidad de bolas (rumores) que en ocasiones lo que hacen es empastelar (confundir) el escenario. Pero la bola sigue rodando, pues le damos a ese término diversas connotaciones. Si algo o alguien no nos cae bien, le echamos bola negra (lo rechazamos). Si nos proponen hacer algo que nos atrae, entonces, le echamos bola al asunto (esto es, lo hacemos). 

     Si la cosa sale bien y es del gusto de todos, entonces decimos ¡de a bola que lo hicimos nosotros! (¿Quién más?) y si estamos urgidos de resolver un trámite que toma mucho tiempo, entonces halamos bola (adulamos) al sujeto de turno, quien a menos que le engrasemos la mano, no nos parará bolas (no nos atenderá) y entonces no se dará la bolada (esto es, el negocio que nos interesa), aunque nunca falta algún boludo (atrevido, audaz) que piense lo opuesto, porque los bolsiclones (tontos) siempre sobran.

     Si el negocio no se dio, entonces armamos un bollo (un escándalo), y al que metió la pata, le damos su bollo (esto es, lo aporreamos), porque no estamos para pelar bollos (desperdiciar oportunidades); pero si la cosa salió bien, entonces, paramos un bonche (una fiesta, celebración) y nos metemos a bonchones (fiesteros) de oficio mientras duren los cobres (los reales), pues tiramos la casa por la ventana (esto es, una fiesta a todo trapo), aunque al día siguiente, con todo y el ratón de brinquito (¡la resaca, mano!), nos embraguetamos (le ponemos tesón), pues barco parao no gana flete (el que no trabaja, no come). ¡Agarra ese trompo en la uña, Ramón!

Autor: M. Sc. Jesús Navas Bruzual
Lingüista & Traductor

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